De niño, soportaba puntapiés, insultos y burlas. “En ese entonces no
teníamos derecho a protestar, o venían castigos y humillaciones, solo
por ser indios”. Dice, con su voz particularmente grave, temblorosa.
Corrían los años 40. Desde Quinchuquí, varias familias
quichua-imbayas se asentaron en Ibarra. Entre ellas, la de Enrique Males
Morales, uno de los cinco hijos de Rafael y Carmen, de poncho azul,
alpargatas blancas y sombrero sobre la trenza.
Entró a una escuela cristiana. Le enseñaron a rezar en español, hasta
que a los 9 dejó las aulas para trabajar con su padre, que cantaba y
despostaba animales en el camal para venderlos en el mercado de Ibarra.
Pero la ciudad hizo que olvidara su lengua, aunque la música sobrevivió a
su manera: cantaba pasillos y boleros y un buen día de 1969 fue
invitado, por la Embajada de Ecuador en Chile, a Santiago. Ese año,
nació su primer hijo.
En 1972 volvió a Chile y “algún cantor” le dijo que hay que cantar a
esa Latinoamérica que “necesita nutrirse de temas que reflejen la
problemática social, política y cultural”. Unos dicen que fue Víctor
Jara.
Males fue invitado por organizaciones sociales y políticas de
izquierda, en América Latina, sobre todo en Nicaragua. Conoció al grupo
Ñanda Mañachi, conformado por quichuahablantes, y decidió por fin
recuperar su lengua y los elementos de identidad imbaya que había
olvidado en su niñez. Tenía 30 años.
La mujer que trabaja su ganado, su yunta, el canto de los
huiracchuros, de los quindes y de los quilicos se convirtieron en temas
de sus líricas. “La poesía es una mujer del mundo, trabajadora, es los
cuatro elementos”. En los 80 conoció instrumentos autóctonos, como
tuntules, litófonos, ocarinas y pífanos.
Hace 16 años comparte su vida con la bailarina Patricia Gutiérrez,
con quien tuvo a Ari Yarina (que significa Sí a los buenos recuerdos).
Para Patricia, él es un canto a la paz, a la humildad y a la alegría.
A pesar de sus 24 discos y una carrera de éxitos reconocidos, en su
mayoría, en el extranjero, Enrique es determinante: “No canto para
hallar un reconocimiento, la música para mí es todo. Voy a dar todo y
me moriré con ella. Creo que mi voz aún está vigente y pienso que voy a
seguir cantando a la vida, al trabajador, al obrero, al campesino y a la
mujer del mundo...”.
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